EL ALMA PARA PLATON
EL ALMA PARA PLATON
Platón interpreta el alma principalmente en dos sentidos: el alma como aquello que permite a los seres vivos realizar actividades vitales, y, en el caso del alma humana, como el principio divino e inmortal que nos faculta para el conocimiento y la vida buena.
Al igual que todos los griegos, Platón, consideró que el alma es el principio que anima los cuerpos de los seres vivos, que les da vida y movimiento. Pero lo peculiar de su concepción se muestra en su visión del alma como principio de racionalidad y dotada de carácter divino. Para este autor el alma es la parte más excelente del hombre, gracias a ella podemos alcanzar la ciencia y realizar acciones buenas; el alma ―al menos la parte más excelente― nos vincula con el mundo divino y está dotada de un destino inmortal.
"- Como, según lo dicho, el alma de cada uno, al igual que la ciudad, se divide en tres partes, nuestra demostración, a mi entender, recibe una segunda prueba.
- Tú dirás.
- Veamos: al ser tres esas partes, serán tres igualmente los placeres que se corresponden con ellas. Del mismo modo los deseos y los cargos.
- ¿Cómo dices? -preguntó.
- Hay una parte, decíamos, con la que el hombre conoce; otra, con la que se encoleriza, y una tercera a la que, por su variedad, no fue posible encontrar un nombre adecuado; esta última, en atención a lo más importante y a lo más fuerte que había en ella, la denominamos la parte concupiscible. Este nombre respondía a la violencia de sus deseos, tanto al entregarse a la comida y a la bebida como a los placeres eróticos y a todos los demás que de estos se siguen; y la considerábamos amante de las riquezas, por satisfacerse con ella esos deseos, de manera más especial.
- Esa es la denominación razonable -dijo.
- Si añadiésemos, además, que el placer más afín de esta facultad es la ganancia, ¿no apoyaríamos nuestra idea en un principio fundamental hasta el punto de aclarar para nosotros la referencia a esa parte del alma?. ¿No crees que la llamaríamos con razón ansiosa de riquezas y ganancias?.
- Sí, eso creo -dijo.
- Bien. Hablemos de la parte irascible; ¿no decimos que arrastra siempre y enteramente a la dominación, a la victoria y al deseo de gloria?.
- ¿Convendría, pues, que la llamásemos amiga de disputas y honores?.
- Sería lo mejor.
- En cuanto a la parte que conoce, resulta claro para todos que tiende siempre y por completo a conocer la verdad, dondequiera que se encuentre, y que nada le importa menos que las riquezas o la reputación.
- Así es.
- A esta habrá que llamarla con toda justicia amante de la ciencia y del saber.
- ¿Cómo no?.
- ¿Y no es verdad también -pregunté- que unas veces manda en el alma de los hombres esa parte ya dicha, otras alguna de las dos restantes, según convenga?.
- En efecto - dijo.
- De ahí que para nosotros los caracteres principales de hombres sean tres: el filosófico, el ambicioso y el avaro.
- No cabe duda."
Platón, República, 580, e
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